La revolución de los esnobs

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EL AUTOR es profesor universitario. Reside en Santo Domingo.

No sé en cuál, pero creía que había visto la historia del origen de la palabra esnob en un libro de Ortega y Gasset. Los snobs surgieron, según el relato que creo haber leído, cuando en las puertas de las casas y mansiones, quizás en los palacios y castillos de los nobles de Inglaterra, se colocaba el escudo y el nombre de nobleza que identificaba a su dueño, con el título que daba el rey o la reina, mientras los que no eran nobles, los miembros de la burguesía, ponían en las puertas de sus casas la palabra «esnob» para poner algo.

Contaba la historia del libro que no puedo recordar, que aquellos que no tenían escudo ni un nombre de estirpe noble que colocar en sus puertas, ya que podían ser ricos sin ser de la nobleza, ponían a las entradas de sus casas una placa con la palabra esnob, como denominador común y también de identidad de los que no eran nobles, pero que siendo parte de los comunes tenían unas casas que no eran estrechas ni eran pequeñas.

La palabra esnob se popularizó a mediado del siglo XIX, con los escritos de William M. Thackeray, que los reunió con el título: «La historia de los esnobs de Inglaterra contada por uno de ellos», que se terminó llamando «El libro de los esnobs». Existe otro libro «La historia del esnobismo», de Frédéric Rouvillois, que fue publicado en 2008, en la edición francesa, y en el 2009, la edición en español de editorial Claridad. Este último libro cuenta ampliamente la historia del tema.

Todo lo referente a la etimología de palabra esnob son puras conjeturas. Una de ella dice que es una abreviatura del latín «sine nobilitate» (sin nobleza), que se usaba en las listas de los alumnos de los colegios ingleses para señalar aquellos estudiantes que no pertenecían a la nobleza. El vocablo se abrevió de tal modo que terminó escribiéndose “S. Nob”. Los que tratan el tema dicen que tal hipótesis es inverosímil, como poco creíble es la idea de que la palabra esnob se pusiera en las puertas de las casas de aquellos que no eran nobles.

En el siglo XIX la gente entendía que un esnob era un cualquiera que quería ser «gente», alguien que aspiraba a ser parte de la nobleza o quería aparentar ser parte de ella, pretendiendo tener un estatus social superior al suyo e imitando a los nobles y creyéndose con tal condición.

Hay personas con el afán de ser noble o parte una monarquía. Entre ellos están los que miran con tristeza en la televisión su ausencia en la boda de un príncipe o el casamiento de un rey. Los hay como Rafael L. Trujillo, que usaba un bicornio como un personaje ridículo y cretino, que viajaba a España a comprar un título nobiliario hereditario para sus descendientes y coronaba a su hija en un reinado de fantasía para tapar el origen de cuatrero de su progenitor. También de muchas damas que hablan de la alfombra roja, la moda del vestido y si se trata de uno repetido, del estilo del sombrero y que maldicen en sus fueros internos haber nacido donde no hay reina consorte y se sienten como el amor imposible y a la distancia de un príncipe de no sabe dónde o de uno que fue su amor en la otra vida.

El diccionario de la RAE define como «esnob» aquella “Persona que imita con afectación las maneras, opiniones, etc., de aquellos a quienes considera distinguido.” También se define en «El nuevo diccionario de voces de uso actual», como aquello «que despierta una admiración necia o para darse tono». Esnob hoy parece ser una palabra de un idioma muerto, casi nadie la usa al pesar que vivimos llenos de neologismos porque en cierta medida somos esnob todos los que escribimos y aquellos que lo hacemos en las redes sociales, somos personas que de manera recurrente imitamos lo que creemos nos da prestigios. Eso hacemos con frecuencia con las palabras que usamos, con significados distintos al de idioma en que hablamos o con el significado al que le da la militancia creadora de concepto dentro de nuestro propio idioma, que se asume como el único modo decir las cosas que en el idioma nuestro significan otra. Las palabras que cobran vigencia son las útiles para insultar o sentirse insultado o para ser víctima o victimario.  Las palabras sólo tienen éxito -como decía Paul Herviu- «porque proporcionan a los hombres (y mujeres) un medio suplementario de expresar hostilidad, desprecio, desdén u ofensa contra los demás.».

Se usan las palabras con un significado distinto al del idioma en que se habla para asumir otro idioma que se venera porque es el mismo que usan las estrellas en todas las pantallas, y como esnob las imitamos para exhibir el prestigio que se supone no se puede procurar con la lengua materna. Se utilizan palabras como feminismo para denotar odio a los hombres y se asumen palabras que destilan odios en el mismo modo que la palabra racismo, que paradójicamente se utiliza para odiar cuando en el concepto como tema racial se excluye cualquier opinión distinta de los que se creen salvar vidas y en forma de esnob se asumen ser los redentores de la raza negra, lo que sin duda prestigia, y los pone en otra posición social, aceptado por los que en el nombre de la lucha odian todas las cosas y al hombre como medida de todas ellas.

Esa es la nueva revolución del esnobismo, se debe considerar que hay ciertos discursos que prestigian sólo por el chantaje de que si tú no los asumes odias, a fuerza de pose y mimetismo debes pretender ser parte del consenso militante de las redes sociales para ser reconocido imitando lo que no te explican y tampoco entiendes, pero te hace «gente».

 

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