OPINION: Cuando el arte se dio la mano con el pueblo (1 y 2)

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1.- Un concierto inolvidable. 

Corrían los años más atroces de la ‘dictadura ilustrada’ de Joaquín Balaguer, en la República Dominicana. La represión se había instaurado como política oficial de Estado para censurar y doblegar por medio de métodos execrables la disensión política y los reclamos sociales, incluso aquellos que, por su inocuidad, se ajustaban desde todo punto de vista al libre juego del ejercicio democrático, en una nación que, hasta en el entramado de su Carta Magna, consignaba su apego a los postulados de la ‘Democracia Representativa’.

EL AUTOR es escritor e investigador histórico. Reside en Santo Domingo.

Las fuerzas sociales, la clase obrera, el campesinado, los gremios de profesionales y el vibrante sector estudiantil se habían echado sobre sus hombros la acción protagónica en cuanto al reclamo de las reivindicaciones más sentidas del pueblo dominicano, y, al hacerlo, asumían con valor las terribles consecuencias que se desparramaban sobre ellos, provenientes de un gobierno cuyo ejecutivo se había forjado en las enseñanzas de una terrible dictadura que asoló a la república por más de treinta años y que, para colmo, había llegado nueva vez al poder en brazos de un poder imperial que frustró las ansias de libertad de una revolución apoyada por todo un pueblo en armas.

Las mazmorras de los centros penitenciarios diseminados en todo el territorio nacional se encontraban saturadas con manadas de prisioneros entre los que había representantes de todos los estamentos sociales. A ello se agrega la existencia de diversos centros de tortura, que manejaban con plena libertad la deleznable tarea de reprimir y hacer hablar a los detenidos, por medio de inimaginables métodos de ‘convencimiento’.

La ‘mordaza’ campeaba por sus fueros, cebándose en ilustres y reconocidos voceros del periodismo escrito, radial y televisivo, al extremo de que hasta los más inofensivos comentarios que llegaban a la ciudadanía por cualquiera de estos medios eran cuidadosamente analizados y censurados, en la vana intención de mantener a la ciudadanía apartada de la cruda realidad que se cernía sobre el país, orquestada, a todas luces, desde la Alta Magistratura de la Nación.

El sector intelectual, el profesorado, los artistas y demás activistas del quehacer cultural unieron también su voz militante, en reclamo de los derechos conculcados a la ciudadanía y en defensa de los oprimidos, los perseguidos, los encarcelados y los desaparecidos que, para la fecha, se contaban por decenas.

En todo el mundo soplaban vientos de compromiso social, de ligazón del arte con las ansias y reclamos populares y de apoyo a los derechos de la gente humilde, catapultados en el mecanismo vibrante de la Canción de Contenido Social o Canción Protesta. Mucho de lo que no podía decirse (o hacerse) se expresaba de manera libre y precisa por medio de la denuncia de una generación de artistas comprometidos con su pueblo, que, cual juglares, recorrían los más diversos y distantes escenarios, llevando a la gente la síntesis de su queja, de sus ansias y las más sentidas aspiraciones, convertidas en vigoroso panfleto que, transformado en vigorosas canciones, eran tarareadas por la gente en las calles, con carácter de verdaderos himnos nacionales.

Eventos como la llamada Revuelta Estudiantil del Mayo Francés, en 1968, la lucha de las juventudes estadounidenses, portando como estandarte el Movimiento Hippie, en contra de la Guerra de Vietnam (1955-1977), el movimiento artístico social que dio origen al surgimiento de la Nueva Trova Cubana y la significativa influencia de artistas de la talla de Joan Manuel Serrat, Patxi Andión, Víctor Manuel, Mercedes Sosa, Víctor Jara, Danny Rivera y Lucecita Benítez –entre otras muchas voces, del ámbito hispanoamericano-, facilitaron desarrollar en las juventudes y el resto de la población un sentimiento de unidad y cohesión de las luchas populares enlazando estas con iguales reivindicaciones reclamadas en el resto del mundo y, de manera principal, en las naciones tercermundistas, flageladas por iguales males y similares dictadores y gobernantes. 

Fruto de un análisis objetivo del alcance y el efecto multiplicador que tienen el arte y la cultura en la educación de las masas populares, en los años posteriores al estallido de la Revolución de abril de 1965, se da inicio en el país a la formación de grupos artísticos, folklóricos, corales y de teatro, de manera concomitante con el desarrollo de una febril actividad educativa basada en el auspicio, formación y toma de control de los clubes culturales y deportivos, así como de grupos de formación religiosa, en los que tenia alta incidencia la participación de las instancias políticas, estudiantiles, gremiales y sindicales, que seguían este derrotero como un objetivo estratégico de lucha social. 

Como parte de esa denodada y valiente labor del activismo cultural y contando con el apoyo de empresarios con visión de futuro, surgieron grupos compactos como Expresión Joven, Nueva Forma y Convite, junto a una pléyade de jóvenes artistas independientes, con iguales fines e ilusiones, que sumaron sus esfuerzos en pro de la denuncia social a través del canto y el arte. 

Ramón Leonardo, Puro Eduardo López, Chico González y Manuel de Jesús, al frente de Expresión Joven y contando con el atinado manejo de un experimentado promotor de la talla del sociólogo Rafael –Cholo- Brenes, habían comenzado a descollar desde el año 1972, y sus electrizantes canciones cargadas de profundo contenido social eran tarareadas en público y a hurtadillas en los corrillos estudiantiles y amplios sectores de clase media e intelectual.

Para la conformación de Nueva Forma se logró la integración de Víctor Víctor, Claudio Cohen, Sonia Silvestre, Frank Canelo y Luis Tomas Oviedo, como vocalistas principales, y desde sus inicios se constituyó en un grupo de experimentación músico visual que proyectaba una imagen fresca focalizada en la difusión y proyección de una partitura poética en donde se resaltaba la vasta herencia cultural de nuestro pueblo.

A su vez, Convite se empeñó en investigar y rescatar el legado socio-cultural de los ritmos folklóricos dominicanos y su ligazón con las comunidades pobres y el campesinado, para darlo a conocer y revalorizarlo, en el amplio espectro de la nación.

El grupo se fundó a instancias del sociólogo y antropólogo Dagoberto Tejeda, con la incorporación de Luis Días, Ana Marina Guzmán, Miguel Mañaná, José Castillo, Iván Domínguez y José Enrique Trinidad, así como la participación efectiva de José Rodriguez, en la composición de textos. 

Corrían los meses del año 1974. Luego de acumular  ocho años de gobierno dictatorial por medio de repugnables métodos de represión política y social, el régimen de Joaquín Balaguer desplegó en todo el país una andanada de sangre y terror que propició el retiro de las fuerzas opositoras que terciaban en el proceso electoral de dicho año. Gracias a la burda manipulación de la maquinaria electoral de entonces, así como al manejo de burdas componendas, el despotismo ilustrado aseguró su permanencia en el poder por un nuevo cuatrienio, ante la mirada impotente de los sectores populares.

Es en este contexto que, bajo la  conducción de la Central General de Trabajadores  (CGT) -entidad sindical de amplio espectro en la defensa de los trabajadores dominicanos y las causas populares- y la dirección artística del conocido sociólogo y empresario artístico Rafael -Cholo- Brenes, comenzó a orquestarse la celebración de un gran evento social que pudiese convertirse en catalizador del sentir popular y mecanismo de expresión de  las demandas reivindicativas reclamadas por la nación, en aquellos años.

A partir del ejemplo obtenido en actividades de igual naturaleza celebradas en diferentes lugares del mundo, los organizadores concibieron la realización de un espectáculo de tipo artístico que se extendiese por espacio de siete días, en el curso de los cuales habría de desfilar una estela de luminarias de la música, la canción, el folklor y otras expresiones populares, unidos todos en la defensa de las reivindicaciones populares, la denuncia de la represión y el interés común de unificar a la humanidad alrededor de fines nobles y edificantes.  

Siete días con el Pueblo, tuvo por nombre el evento. 

Acorde a los fines perseguidos por los organizadores del evento, se diseñó un plan general que conllevaba la orquestación de un andamiaje publicitario que garantizase la asistencia masiva del público, así como el establecimiento de contactos con todos los protagonistas señalados a participar en el multitudinario encuentro.

A tono con ello, se incrementó la presentación, en diferentes puntos de la geografía nacional, del Grupo Expresión Joven, lo que se constituyó en la avanzada propagandística y de agitación del evento artístico.

Contando con un nutrido repertorio de composiciones en las que se enfocaban diversos aspectos de la turbulencia social y política predominante en aquellos años, tanto el grupo músico vocal como sus integrantes se habían dado a conocer y a querer en todo el ámbito nacional, al extremo de que, por la crudeza y valentía sin ambages de los temas enfocados, este fenómeno artístico llego a convertirse en un profundo dolor de cabeza para los estamentos de dirección del Estado y, de manera especial, para el temido gobernante y sus mecanismos de represión e intimidación social.

Las limitaciones imperantes en el convulsionado ámbito político-social de entonces permitían que algunas canciones fueran sacadas intempestivamente de la radio y la televisión distando apenas unas horas o días de haber sido colocadas al conocimiento de público, sin haber podido llegar a las grandes mayorías nacionales. La prohibición se constituyó en el mecanismo por excelencia para ejecutar la ley mordaza de aquellos días y sólo en los corrillos intelectuales, en el campus de la universidad estatal o en el entorno de los clubes populares podían ser asimiladas y difundidas tales piezas musicales, con el correspondiente despliegue de las más profundas fibras del sentir popular. 

A su vez, se hizo cada vez más frecuente la aplicación de medidas represivas e intimidatorias, dirigidas tanto a los organizadores de espectáculos artísticos populares, como al público participante e incluso a los dueños de los locales y establecimientos de diversión.

Y como secuela de dicho estado de cosas, en más de una ocasión los miembros de alguna agrupación determinada fueron a dar con sus huesos en inmundos calabozos e insalubres celdas solitarias, en vano intento de silenciar la vigorosa y combativa voz de denuncia que constituía, quizás, el único halito de esperanza que iluminaba el oscuro túnel en que se debatía el futuro de la Patria, en aquellos años. 

La fecha de inicio del ansiado certamen artístico popular se acercaba a pasos agigantados y el ajetreo derivado de la puesta en ejecución de cada uno de los detalles de la organización del espectáculo tenía en tensión a los miembros de la plataforma directiva, interesados en dar lo mejor de sí a fin de que el conclave pudiese lograr si no la totalidad, por lo menos la mayor parte de sus objetivos. 

2.- En Loma de Cabrera, un día se quiso encarcelar a las ideas. 

Como parte de las labores organizativas y de motivación dirigidas a obtener la integración de amplios sectores populares a la realización del espectáculo 7 Días Con El Pueblo, se planifica y organiza la presentación del grupo Expresión Joven, en los salones del local que albergaba el legendario Club Capotillo, en la fronteriza ciudad de Loma de Cabrera, de la provincia Dajabón.

En aquella época el país entero era un hervidero político de posiciones encontradas, en el que se debatía la intolerancia política, aupada por los sectores conservadores herederos de los mismos sentimientos dictatoriales y nefastos que dieron origen a la dictadura de Rafael Leónidas Trujillo Molina y que fueron prohijados por esta, en el curso de más de tres décadas. De su parte, el pueblo se encontraba acogotado por la represión político-económica y la eliminación criminal y selectiva de todo aquel que albergase sentimientos opositores, de enfrentamiento y condena al status quo imperante.

Desde siempre, entre los pobladores de Loma de Cabrera y de todo el entorno de la Línea Noroeste han primado los sentimientos contestatarios, de combate a la opresión y de enfrentamiento a las dictaduras, regímenes de fuerza y gobernantes despóticos;  Esto puede ser fácilmente comprobable con un simple vistazo a los anales de la Historia, al pasar balance al papel jugado por los noroestanos en las guerras de Independencia, de la Restauración, las luchas que precedieron al magnicidio de Ulises Heureaux, la participación en diferentes etapas de la lucha anti trujillista, la conformación del Movimiento 14 de junio y el enfrentamiento al fatídico reinado de los doce años del balaguerato, entre otros fenómenos sociales.

Por ende, es fácil entender que aquel día, el ámbito pueblerino de Loma de Cabrera presagiaba la llegada de una tormenta de imprevisibles consecuencias. La dotación militar amaneció ‘acuartelada’, en una acción que, más que una medida preventiva de ‘posibles incidentes de alteración del orden’, en aquellos años constituía la señal evidente de que se aproximaba el desencadenamiento de una fuerte acción represiva, en la que la población habría de pagar las más dolorosas consecuencias. 

La ‘guagua anunciadora’, que había pasado gran parte de la semana anunciando la convocatoria del esperado evento, en este día reanudó con nuevos bríos su vocinglero estribillo, reforzado en la ocasión con fragmentos de aquellas militantes canciones de puro corte político -y sobre algunas de las cuales pesaba una odiosa prohibición-, que llamaban una y otra vez al obrero a luchar, que pedían la apertura de las cárceles, la libertad de los apresados y el regreso de los exiliados, la que recordaba con honda melancolía y elevaba a categoría de gigante al libertador que llegó con un grupo de valientes por Playa Caracoles y se inmoló junto a una parte de estos en la cordillera, además de aquella otra que osaba  calificar de Hermano al soldado que apuntaba de manera represiva sus bayonetas en dirección al pueblo indefenso.

Con dichas canciones de fondo y frente a la presencia iracunda del Comandante, que no se apartaba ni un segundo del frente de la dotación militar y uno que otro cancerbero de ingrata recordación, de los que en aquella nefasta época observaron mayor capacidad de saña y abusos en contra de los habitantes del poblado fronterizo, transcurrió el resto del día, mientras se arremolinaba la gente en los alrededores del local, para dar un multitudinario recibimiento a los emisarios del arte comprometido con las causas populares. 

Tal y como recuerdan algunos de los valientes que estuvieron presentes en el acto como parte del público, o que se constituyeron en ente protagónico en lo que sobrevino después,  lo cierto es que, en aquella ocasión, la efervescencia popular y la beligerancia sostenida por el inmenso conglomerado que asistía al evento hacía poco menos que imposible la obstaculización o suspensión de la velada cultural. A menos que no se estuviese dispuesto a consumar un baño de sangre, con las consecuencias que pudiesen derivarse de tal hecho. 

Tal parece que, en principio, se impuso la ecuanimidad y la mesura en el seno de los efectivos militares, quienes permitieron el desenvolvimiento del acto, con la consabida dosis de desahogo y la libre expresión de las ideas que ello conlleva, aunque se viesen obligados a hacer mutis de las sostenidas manifestaciones antigobiernistas que salieron a flote, una y otra vez, en el curso del recital. 

Con su vibrante voz, el contenido escritural y la electrizante partitura musical de sus combativas canciones, Ramón Leonardo y el aguerrido grupo músico vocal Expresión Joven pusieron a vibrar, en su más alto nivel a todos los presentes en el acto. En las afueras, un apretado cerco militar que rodeaba todo el local, presagiaba negras consecuencias para los valientes intérpretes del sentir popular, así como para los organizadores principales, auspiciadores y demás personas comprometidas con la organización de la velada artística. 

No bien hubo terminado la presentación y tan pronto el público comenzó a dispersarse de manera presurosa y en todas direcciones, los artistas fueron informados, en una forma tajante que no daba pie a discusión, que se encontraban detenidos para ser puestos a disposición de la justicia por alterar el orden público e incitación a la violencia.

El forcejeo no se hizo esperar así como los alegatos y la reivindicación del derecho a la libertad de expresión y el libre tránsito. Más aun, proviniendo de individuos de recia formación cultural e intelectual, como lo eran los muchachos de Expresión Joven, forjados en el activismo social y el debate teórico que permiten los claustros académicos y los enclaves en donde se desarrolla el intelecto.

Sin embargo, a la jauría de testaferros a la que se enfrentaban esta vez le importaba un comino lo que estos ‘aprendices de comunistas’, como se les enrostraba despectivamente, pudiesen pensar o creer. Para aquellos entes salvajes ávidos de sangre y represión, bastaba una simple excusa para poner en vigor las malas artes aprendidas en la  oprobiosa escuela del abuso y la sinrazón de la que provenían.

Por ello, antes que propiciar la excusa necesaria para que se produjese una salvajada, los artistas declinaron sus alegatos y se sometieron al encierro, yendo a dar aquella noche, a la temida celda de la fortaleza militar.

El recuento de este oprobioso hecho, que a pesar del transcurrir del tiempo sigue llenando de vergüenza y pesar a la memoria colectiva de los hombres y mujeres de formación progresista de Loma de Cabrera que estuvieron presentes, aquella noche, no estaría completo si no hacemos mención, de manera justiciera, de la actitud valiente y vigorosa asumida por unos cuantos que decidieron unir sus destinos, al de los valientes artistas, independientemente de cuál fuese el desenlace. 

Dejemos que sea el propio Ramón Leonardo, quien ofrezca el testimonio: 

“ En el único sitio que la gente se plantó conmigo fue en Loma de Cabrera. La policía me llevó preso y la gente se fue agregando detrás (en protesta).

… (y vociferaban) ‘que lo suelten, que lo suelten!”. Y cuando llegamos a la fortaleza, (los policías) agarraron la puerta y nos dejaron presos a todos.

… Entonces, pasamos todos juntos la noche, que no cabíamos (en la celda)”.

En efecto. Aquella memorable noche un número indeterminado de personas asumieron en forma militante el deber de acompañar en el encierro a Ramón Leonardo y su grupo, obviando lo peligroso de la acción y la incomodidad del momento. 

Al día siguiente, los artistas fueron trasladados a la fortaleza Beller, de Dajabón, un temible recinto militar y penitenciario de odiosa recordación, regenteada en aquellos años, cual si fuese un feudo personal, por el temido comandante Almonte Mayer junto a un sequito de indeseables esbirros con pleno dominio en materia de abusos a la población.  A ello le siguió el consiguiente procesamiento judicial y la imposición de fianza, lo que mantuvo el encierro por un periodo de cinco días. 

Por tal razón, Ramón Leonardo no pudo estar presente en la noche inaugural del evento 7 días con el Pueblo, que se extendió desde el 25 de noviembre hasta el 1ro. de diciembre de 1974, en una apoteósica jornada que se convirtió en la esencia de las ansias populares y que concluyó, dejando excelentes recuerdos y vivencias, con un multitudinario abrazo de público y artistas en apoyo a la liberación de los presos políticos que abarrotaban las cárceles de entonces, en demanda del esclarecimiento de la suerte de una gran cantidad de desaparecidos -sin explicación oficial-,  así como por el regreso de decenas de exiliados extrañados de su lar nativo por el delito de disentir del régimen imperante. 

Contando con un amplio respaldo y acogida del público que se congregó en diferentes lugares de la ciudad de Santo Domingo, el Aula Magna de la Universidad Autónoma de Santo Domingo –UASD- y algunas localidades del interior, en los días restantes, las delegaciones de artistas, tanto nacionales como internacionales, así como la constelación de diferentes grupos de alto nivel interpretativo y profunda sensibilidad social, lograron poner en su más alto sitial el espíritu combativo y la solidaridad del pueblo dominicano. 

La actividad concluyó con una contundente demostración de unidad entre los sectores sociales adversos al régimen de turno y en apoyo solidario a los perseguidos por su forma de pensar. En definitiva, 7 días con el pueblo se constituyó en una masiva manifestación de repudio popular en contra de los abusos del régimen, las violaciones a los derechos humanos y las libertades públicas. 

Ramón Leonardo y los miembros de Expresión Joven continuaron trillando el sendero de la concientización social a través del canto. A partir de aquella jornada, en el seno de la población sensata de Loma de Cabrera, su ejemplo quedó grabado para siempre como  símbolo del coraje, la firmeza y el valor a toda prueba que debe ser asumido por el militante comprometido con el logro de las reivindicaciones más sentidas de su pueblo. 

Y de manera especial, constituye motivo de orgullo y añoranzas para el puñado de valientes que asumieron el riesgo y el deber solidario de compartir, junto a los artistas, el encierro de aquella noche.

 of-am

                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                        

 

 

 

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